Graeber, D. (2011). Debt: The First 5000 years. Brooklyn: Melville House Publishing.
Un concepto que el autor hizo resonar en mi cabeza es que al
movimiento antiglobalización lo llama el movimiento por la justicia social, dicho de esta manera la globalización parece
mermar la identidad cultural, imponiendo el modelo de “desarrollo” de los
países dominantes sobre las demás culturas
etiquetándolas en un estatus menor. Me parece
una manera asertiva de nombrar ese
proceso. La globalización entonces
conlleva un cierto dominio, se nos
impone a competir o tratar de salir adelante no sin antes ponernos frente a
frente con gigantes y un réferi que nos mira con desdén.
En el libro “la deuda” se nos da a conocer una historia que
lamentablemente ha estado oculta, la mayoría de personas cree que las
relaciones económicas en las que la
sociedad se basa han evolucionado a partir del trueque pasando a la moneda y “modernizándose”
con los sistemas de crédito, sin saber
que la historia en verdad no fue así, si no de manera contraria, primero los
sistemas de crédito pasando a las monedas y épocas más modernas el uso del
trueque. Pero en especial la sociedad se
ha movido cíclicamente entre el uso de los sistemas de crédito en tiempos de
paz y la moneda o lingote en tiempos de violencia.
Dicho lo anterior a partir de que Richard
Nixon anunció que el dólar dejaba de ser redimible en oro entramos en una nueva
fase de dinero virtual (credito).
En la actualidad
el peso de pagar las propias deudas es incluso superior a la dignidad humana.
Es interesante
resaltar que la sociedad se ha hecho sociedad actual a partir de relaciones de
violencia y bases de deuda no importando todo el sufrimiento causado en el
proceso, no es posible resumir las interesantes ideas del autor en pocas palabras, por lo que el libro es
altamente recomendable.
El autor concluye en que hace mucho tiempo que
necesitamos algún tipo de Jubileo al estilo bíblico: uno que afecte tanto a la
deuda internacional como a la de los consumidores. Sería conveniente y
saludable no sólo porque aliviaría tanto sufrimiento humano, sino también
porque sería una manera de recordarnos que el dinero no es inefable, que pagar
las propias deudas no es la esencia de la moralidad, que todo eso no son sino
disposiciones humanas y que si algo significa la democracia es, precisamente,
la capacidad para ponernos de acuerdo y disponer de las cosas de otra manera.
Resulta que no «todos» hemos de pagar nuestras deudas,
sólo algunos. Nada sería más importante que limpiar la pizarra para todo el
mundo, marcar una ruptura con nuestra moralidad aceptada y volver a comenzar.
¿Qué es una deuda, al fin y al cabo? Una deuda es tan
sólo la perversión de una promesa. Una promesa corrompida por la matemática y
por la violencia. Si la libertad (la auténtica libertad) es nuestra capacidad
para hacer amigos, también es, por tanto, nuestra capacidad para hacer
promesas. En el gran esquema de las
cosas, así como nadie tiene derecho a decirnos cuánto valemos realmente, nadie
tiene derecho a decirnos realmente cuánto debemos.
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