2014/04/26

Snow (2009)

Snow, A. (2009). Unwanted Transgenes Re-Discovered in Oaxacan Maize. Molecular Ecology, 18: 569–571.

Basado en la escasa literatura publicada, pero principalmente en el estudio de Pineyro-Nelson et al. (2009), este artículo confirma que los transgenes se han introducido en las poblaciones de maíz de variedades criollas en Oaxaca, situación que se había sospechado durante mucho tiempo y que generó gran controversia científica, social y política. No obstante, el autor señala que aún no se tiene suficiente información para estimar las frecuencias de plantas transgénicas en la región, o para saber si las introducciones siguen teniendo lugar, dado que maíz transgénico se envía por todo el mundo.

En 1998, el gobierno mexicano prohibió el cultivo de maíz transgénico, sin embargo grandes cantidades de granos genéticamente modificados son importados de los EE.UU., de manera que las semillas pueden entrar fácilmente en el país por otras vías. En el año 2000, Quist y Chapela (2001) descubrieron transgenes en cuatro orejas de maíz criollo y en semillas de una Distribución Conasupo Sociedad Anónima (DICONSA) en Oaxaca. Su papel controvertido desató una explosión de publicidad y la especulación acerca de cómo estos elementos genéticos novedosos habían proliferado, y cuáles podrían ser las consecuencias del flujo de genes. Por su parte, Pineyro-Nelson et al. (2009), muestran que los transgenes estaban presentes en Oaxaca en 2001 y 2004, explicando cómo los métodos de muestreo, análisis estadísticos y los problemas con las técnicas analíticas pueden dar lugar a estimaciones inconsistentes de frecuencias de transgenes en poblaciones de maíz. 

Pineyro-Nelson et al. (2009) encontraron evidencia de transgenes en tres de 20 comunidades que se muestrearon en 2001 y/o 2002. Cuando dos de las tres comunidades con resultados positivos fueron muestreados con mayor intensidad en 2004, se detectaron plantas transgénicas en 3 de los 30 campos en Santiago Xiacui y 8 de 30 campos en Santa María Jaltianguis. Basado en entrevistas con los agricultores sobre el intercambio de semillas, los autores concluyeron que los transgenes probablemente persistían en estas comunidades después de 2001, en lugar de haber sido reintroducido. A la par, también presentan un modelo de simulación que muestra que los transgenes son susceptibles de ser altamente agregados geográficamente cuando el polen y la mezcla de semillas se limitan.

De esta manera, el artículo consultado respalda la tesis de investigación, puesto que revela uno de los tantos impactos negativos que causan los transgénicos a la biodiversidad, particularmente, a la diversidad genética de las variedades locales producidas por agricultores. Además, nos permite recalcar, tanto el papel clave de dichas variedades en México como la precaución permanente que se debe tener para no dejar que las variedades modificadas se sigan cultivando. De acuerdo con la postura que se toma, coincidimos con el autor, en cuanto a la necesidad de realizar otros estudios para detectar e identificar los centros de introducción y preservar esencialmente zonas libres de transgénicos de variedades criollas de maíz, generando datos que ayuden en el establecimiento de estrategias y orienten futuros esfuerzos para monitorear la dispersión de OGM en el medio ambiente. Ante ello, es importante saber que México sigue importando maíz transgénico amarillo de los EE.UU. para la alimentación humana y animal.

La fuente es científica y se encuentra revisada por pares. Cabe mencionar que las investigaciones de Allison Snow se enfocan en el flujo de genes y consecuencias de la hibridación en varios sistemas de cultivos silvestres, incluyendo arroz, sorgo.


564 palabras.


Bibliografía adicional

Quist, D. & Chapela, I. (2001). Transgenic DNA introgressed into traditional maize landraces in Oaxaca, Mexico. Nature, 414, 541–543.

Pineyro-Nelson, A., Van Heerwaarden, J., Perales, H. et al. (2009). Transgenes in Mexican maize: molecular evidence and methodological considerations for GMO detection in landrace populations. Molecular Ecology, 18, 750–761.

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